martes, 1 de abril de 2014

Diario de un ángel. Parte 1



Una mañana se levantó, con las ganas suficientes para coger aire y soltarlo lentamente. El día estaba gris, pero no por ello sintió una tristeza pronunciada. Abrió la ventana. El aire se sentía frío, cortante, acariciaba la piel con dureza. Notaba la humedad del rocío caído por la madrugada. Se fijo en los surcos que frío y bao habían creado en los cristales. Los observó durante unos instantes, hasta que notó como su cuerpo se destemplaba. Suspiró y cerró la ventana. Miró hacía su cama dejando la mirada en el vacío.

Posiblemente pensaría en la rutina que le esperaba. Tanta monotonía la ahogaba, pero la certeza de no saber encarar algo diferente a lo que ya conoce la aterraba hasta el punto de conformarse. Despacio se dirigió a la cocina. Agarro un vaso pequeño, le puso chocolate y con la leche bien fría empezó a jugar con los grumitos. Ese instante era sin duda el más feliz del día, después, claro, del saludo de la jauría de animales que tenía en casa.

Acto seguido volvió a la habitación para vestirse. Y miró de nuevo tras la ventana. El día se abría paso y con él la vida. La misma que a ella se le escapaba en cada suspiro. Aparentemente era fuerte. Pero de su realidad, sólo ella y nadie más, era consciente. Sintiéndose siempre la sombra de un árbol inalcanzable, sin darse cuenta, que siendo un pequeño tallo también lograba hacer sombra. Pero tan lejos de esa realidad, ahogaba sus días entre lágrimas.

Ante quienes la conocían se mostraba recta, fuerte, calmada y serena, sabía que debía ser el pilar que los sujetase, pero desconoce el por qué. Simplemente acepta ser la base que los apoye aunque ella en su oscuridad añore ser sujetada. A veces deja escapar una lágrima, pero es tan imperceptible que ni ella se da cuenta. Lo sabe porque al mirarse al espejo nota como sus ojos han cambiado ligeramente de color...

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