miércoles, 25 de enero de 2012

Sueños.


Sueños que se escapan por una ventana abierta. Presente y pasado uniéndose para crear torbellinos de sensaciones.
Embalsamamos nuestros deseos tras paredes de hormigón. Recelosos de compartirlos. Nos mostramos con un aire serio y adulto. Mientras el niño que vive dentro de nosotros clama libertad.
Entendemos el significado de vergüenza y aceptamos que así es como debe ser todo. Creamos cadenas que nos atan al mundo marchitado y mortal.
Dejamos de soñar despiertos, eso es sólo para bohemios e ilusos, creemos, y nos ceñimos a no tratar de recordar los que tenemos de noche, quizás, no lo sé, por miedo a no conformarnos con nuestra realidad.
La vida pasa lentamente y cada año pesa un poco más que el anterior. Las energías no son las mismas, tampoco las metas, pero si los sueños.
Disfrazamos de incoherente cuánto sabemos que no alcanzaremos simplemente por el temor de no intentarlo.
Nos encerramos en nosotros mismos con tanta facilidad que a veces asusta.
Pero pese a todo, yo no quiero renunciar a mis sueños, no quiero cesar de imaginarme en el autobús como podrá ser mi mañana, mientras la agitada ciudad se va despertando lentamente tras una noche apaciguada.