lunes, 5 de mayo de 2014

Renacer.



Cuando todo parecía perdido, olvidado, desolado. En ese preciso instante en el cual ya no distingues la locura de la razón. Cuando el único color que reconoces es el negro, quizás también el gris. Cuando piensas que nada cambiará y te acostumbras a la idea llega una descarga a tu vida que pone patas arriba todo lo ya asentado.

Empiezas a sentir cosas positivas. Sensación olvidada. Te olvidas de dormir y hasta de comer. Las horas ya no se anclan al reloj. Vuelan, libres. La energía corre por tu cuerpo como la electricidad. Sientes la relajación de la conciencia. Olvidas el dolor. Es casi inexistente.

Todo se vuelve más sencillo. El mundo no parece tan duro. Cada problema es un juego. Un acertijo más. Todo es liviano. No importa las horas que el sol pegue en la cara. Aunque la tormenta asole el sol se abre paso. Todo se ve diferente.

Entonces te das cuenta de lo perdido que has estado y de lo que creías necesario no era más que un simple placebo. Descubres otras motivaciones y sonríes con la misma fuerza que lo hacías cuando la inocencia era tu mejor arma.

Empiezas a construir felicidad y a obsequiarla a tus más cercanos. Algo ha cambiado, pero nadie lo cuestiona. Se abre una puerta a un camino nuevo.

Encuentras a alguien con las mismas necesidades y carencias que tú. Que te enseña que no siempre las cosas son tan malas. Te abre los ojos sin palabras, sólo con actos. Y en ese momento te das cuenta de lo frágil que ha sido tu existencia.

Te sientes inseguro, como un bebé sin su madre para protegerle, pero la mano se tiende y te enseñan como volver a caminar. El brillo inunda tus ojos y empiezas a experimentar sensaciones nunca antes conocidas.

Hace poco me dijeron unas verdades venidas de la persona menos esperada y experimentada. Los sentimientos no tienen fecha de caducidad, no se pueden controlar, sólo podemos dejar que nos arrastren a la locura del momento.

Y sin duda yo he dejado que de la mano me arrastren....



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