viernes, 17 de octubre de 2014

Dulce tentación.



La sencillez con la que comienzan las cosas me parece emocionante. 
Sin ir más lejos, hace escasos días, mi cerebro experimentó una explosión de sensaciones
al ver a una persona con una simple camiseta. 
Si estuviera hablando con mis amigas diría que se me cayeron las bragas al suelo, literalmente. Pero he de ser más sutil, por tanto sólo diré que sentí cada bello de mi piel erizarse.

No cabe duda en que ese momento fue imborrable, de tal forma, que superando mis inseguridades
y tras pasar una hora aproximadamente tuve que ingeniármelas para conseguir un número de teléfono. Lo logré, sentí el sabor de una batalla ganada. ¿Y ahora qué hago? 
Pues con todo mi morro le escribo. Y responde.

Me voy a la cama y por la mañana mi pensamiento queda fijado en ese instante en el que cruzamos miradas para intercambiar números. ¿Qué me pasa? Mi cuerpo se estremece. 
No quiere obedecer a la tranquilidad. Pienso y de nuevo encuentro una forma
de satisfacer mi vista, conseguiré que acuda a un evento y aunque hablemos poco 
podré verle.

Viene. Noto como me busca con la mirada. Lo mismo por mi parte. Intento acercarme
con excusas baratas. Me siento patética, pero sólo puedo pensar en hablar con él, 
el resto me da igual. 

No entiendo muy bien lo que mi cuerpo me grita, bueno, siendo sinceros, sí lo sé, pero no quiero aceptarlo.
¿Desde cuando puede conmigo una vibración?

El tiempo transcurre con normalidad y cada vez es más difícil contenerme. Me alejo. Viene. Se va, me acerco. Un tira y afloja. 
Esto no puede acabar bien. 

Cada uno sigue para su casa. A la mañana siguiente vuelvo a despertarme con él en la cabeza.
Pienso alguna forma de atraer su atención. Conversaciones absurdas. Me siento una acosadora, pero parece que no le disgusta. Entre palabras y palabras surge la idea de vernos.
La incógnita de no saber si será posible me deja toda la tarde impaciente.
Parezco una niña de 15 años esperando los regalos de cumpleaños.

Me dice que viene. Mi mente empieza a crear una fantasía. Me pongo la camiseta con más escote que tengo y lo intentaré apresar. 
Cada acercamiento veo que se frustra, ya no sé que hacer. Pero debo pensar, he de lograr ingeniar algo para... Llegó el momento de la despedida. Una derrota más... Espera... Me coge de la cintura
me aprieta contra él y me besa. 

De nuevo nos decimos adiós, pero está vez es más amargo, ya conozco sus labios y quiero más.
Pasa un leve tiempo y de nuevo nos vemos, la piel empieza a llamarse. Se busca, es inevitable.
Sé que caeré, aunque me haga la dura, quiero caer...

Por fin le tengo en mi terreno, en mi cama... Pero siento como si fuera él quien lleva el ritmo, las riendas, pero me gusta. La incertidumbre es un ingrediente picante. 
Las caricias empiezan a quemar. Los besos ya no son suficientes. Las miradas reclaman una recompensa por tanta espera.
Y caemos, el uno en el otro. Dejando que el fuego nos abrace. Sin pensar. Apenas puedo respirar.
Los detalles quedarán para mi memoria. 

Empiezo a sentir una impaciencia por volver a sentir sus manos. Es como una droga. Quiero más y más y más. La otra noche me desvelé  buscándole en la cama. No estaba. Pero mi ser necesitaba una compensación... 

Le cobraré cada instante que mi piel ha gritado por él. Dulce tentación... No puedo esperar más...
Soy una hoguera prendida por la chispa de tu lengua, el agua no me apaga, pero el viento me aviva.

Te necesito de nuevo en mi cama.


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